Medir resultados en el yoga: la metáfora del bambú japonés

Foresta de bambú

A la hora de medir la eficacia de una u otra actividad que efectuamos en nuestra vida tal vez seamos demasiado exigentes. Por ejemplo, dedicarse de pronto a un deporte o empezar una dieta más equilibrada para perder peso y disfrutar de una condición más saludable requieren tiempo para que los primeros resultados se manifiesten. Lo mismo ocurre al empezar un trabajo nuevo, alcanzar la excelencia y ganarse el respeto es un proceso que no es posible forzar, el aprendizaje lleva a la maestría en el tiempo que seamos capaces de asimilar nuevos retos.

Solemos medir los progresos mediante un listón que no es el adecuado en muchas situaciones, sobre todo cuando ciertas disciplinas tienen resonancia en el cuerpo y en la mente. Éstos tienen una inercia propia que no se puede domesticar de la noche a la mañana. Una sesión de yoga, por ejemplo, tiene una reverberación en el conjunto cuerpo-mente, incluso después de una única sesión. Pero es con la constancia que se logran profundos beneficios. Así que la actitud que debería uno llevar siempre consigo es la del observador, fundamental para detectar los micro-cambios que acontecen sesión tras sesión. Pero siempre y solo sin expectativas. Luego de meses o años de práctica, estaremos en otra dimensión, a la que se habrá llegado de forma dulce, sin traumas.

Para comprender mejor los mecanismos que utiliza la naturaleza en su desarrollo, quiero compartir este texto que es una bella metáfora que nos explica como funcionan la leyes naturales.

Hay algo muy curioso que sucede con el bambú japonés y que lo convierte en no apto para impacientes. Siembras la semilla, la abonas y te ocupas de regarla constantemente. Durante los primeros meses no sucede nada apreciable; en realidad no pasa nada durante los siguientes siete años, a tal punto que un cultivador inexperto pensaría que las semillas eran infértiles.

Sin embargo, durante el séptimo año en un período de tan solo seis semanas la planta de bambú crece hasta treinta metros. ¿Tardó solo seis semanas en crecer? No, la verdad es que se tomó siete años y seis semanas en desarrollarse. Durante esos siete años de aparente inactividad el bambú estaba generando un complejo sistema de raíces que le permitirían sostener el crecimiento que iba a tener después de siete años.

Esta maravilla de metáfora nos recuerda cómo en la vida a veces nos apresuramos sin razones, sin un porqué. Y en vez de disfrutar del camino hacia el resultado, nos obcecamos con obviar las etapas de crecimiento, de maduración para alcanzar un resultado. Nos obsesionamos con el resultado. La realidad es que podríamos pasarnos una vida entera echando raíces.

Por eso la recomendación es siempre la de mirar el escenario que nos acompaña mientras progresamos por la senda de la vida, sin la fijación de llegar a destino. Disfruten del viaje.

Mirko

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