Cómo vencer las resistencias y destrozar tus limitaciones
Cualquier deporte solitario y con una alta demanda de esfuerzo (correr, nadar, el ciclismo…) es, de alguna manera, una forma de meditación. A simple vista puede parecer que los objetivos de un entrenamiento son muy distintos a los de un trabajo mental, pero una vez que comiences a explorar los desafíos que hay detrás de ellos, te darás cuentas de lo mucho que comparten y de hasta qué punto son similares sus beneficios.
En realidad, si lo piensas, el paso inicial es superar un reto: vencer nuestra pereza o nuestra inercia… las ganas de dejarlo correr y dedicarnos a otra cosa. Piensa en el momento de calzarte las zapatillas, sacar el chándal, elegir tu música favorita para que te acompañe mientras corres por el parque… recuerda esa desgana de organizar la mochila (que si toalla, que si chanclas, que no se olvide el gorro), coger el medio de transporte que sea y desnudarte para ponerte un bañador ¡con el frío que hace! Podríamos encontrar una excusa para cada día… el trabajo, los niños… hasta enfermamos de repente. Cualquier compromiso de este tipo nos despierta una sensación casi aterradora.
Tampoco parece nunca un buen momento para meditar. ¡Estamos tan ocupados! ¡tenemos tantas cosas que nos embotan la mente! ¡tantas preocupaciones! Nunca parece que sea el instante ideal de ponernos en la postura adecuada, sentados con la espalda recta, los hombros relajados… y comenzar a respirar largo y profundo
Incluso superada la primera prueba, no hemos ganado la batalla. Empieza la fase de resistencia. Y ese dolor físico y ese quejarse de todo nuestro cuerpo en los primeros kilómetros, los primeros largos… ese lamento de nuestros músculos que aún no están calientes, la sensación del agua demasiado fría, la piscina demasiado abarrotada de gente, las zapatillas demasiado incómodas, los jadeos demasiado angustiosos, la cuesta del parque demasiado empinada… existe también al comenzar una meditación.
Si al comenzar a entrenar contamos los minutos para que el suplicio acabe, también durante una sentada de meditación nuestra mente se resiste… los pensamientos divagan, se escapan, realmente no queremos del todo estar allí. Es entonces cuando necesitamos toda nuestra voluntad y experiencia para dialogar con el cuerpo y para librar la mente. El cansancio y las divagaciones mentales están ahí para que los observemos, para que los conozcamos. No trates de oponerte a ellos, no crees barreras, sino que obsérvalos.
Observa tus pensamientos y acéptalos, céntrate en lo que te duele y solo entonces notarás cómo la resistencia se disuelve.
Es superado ese momento inicial de desagrado, superada la resistencia, cuando vamos a empezar a gozar y encontrar un enfoque claro y estable. Se necesita compromiso para seguir adelante y dejar atrás nuestros limites.
No mires lejos, no tengas expectativas. No vas a ganar ningún premio. Tan solo necesitas aceptación de lo que ocurre y tiempo.
Luego, poco a poco casi sin darte cuenta, el esfuerzo pesa menos, la respiración se adapta a nuestro trote, las rodillas dejan de doler, el agua ya no es un obstáculo sino que te deslizas sobre ella… la naturaleza parece haberse acompasado a tu ritmo.
Sucede exactamente igual en una meditación, has entrado en sincronía contigo mismo. No importa el tiempo que hayas empleado para vencer las resistencias, has alcanzado un beneficio que es analgésico para el alma y tonificante para tu cuerpo.
Y al salir de la piscina, hasta el escalofrío de la ducha parece una inyección de placer y adrenalina, y el desabrocharnos las deportivas trae consigo una sensación de orgullo y seguridad en nosotros mismos, de satisfacción… una descarga de endorfinas.
Exactamente lo mismo que obtenemos tras una meditación. El placer de conectar con nosotros mismos.
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